Para recuperar nuestra sombra tenemos que afrontarla e integrar sus contenidos en una imagen más global y completa de nosotros mismos. El encuentro terapéutico con la sombra suele comenzar en la madurez, cuando nos damos cuenta de los efectos limitadores de la represión, cuando ponemos en cuestión los valores que hasta ese momento habían gobernado nuestra vida, cuando se tambalean las esperanzas que habíamos depositado en nosotros mismos y en los demás, cuando nos sentimos abrumados por la envidia, los celos…, y muchas veces, cuando se desmoronan estrepitosamente nuestras más firmes convicciones.
Lo que denominamos trabajo con la sombra es el proceso voluntario y consciente de asumir lo que hasta ese momento habíamos decidido ignorar o reprimir. ¡Bienvenid@ al último paso para el encuentro con tu sombra!
En la entrada anterior «Encuentro con la sombra (2)» descubrimos que aunque no podamos contemplar la sombra directamente, ésta aparece continuamente en nuestra vida cotidiana: en reacciones exageradas respecto a los demás, en el feedback negativo de quienes nos sirven de espejo, en la repetición continua de conflictos parecidos con diferentes personas, en las acciones impulsivas o inadvertidas, en aquellas situaciones en las que nos sentimos humillados, abrumados por la vergüenza o la cólera, o cuando descubrimos que nuestra conducta está fuera de lugar… Pero la sombra suele retroceder con la misma prontitud con la que aparece, porque descubrirla puede constituir una amenaza terrible para nuestra propia imagen.
La primera vez que vemos claramente a la sombra nos quedamos espantados. Entonces algunos de nuestros sistemas de defensa egocéntricos pueden saltar en pedazos o disolverse por completo. El resultado puede ser una depresión temporal o un enturbiamiento de la conciencia. Este estadio, considerado habitualmente por el ser humano como una especie de fracaso, resulta absolutamente esencial y representa, según Jung, el primer contacto con el inconsciente y, por consiguiente, con la sombra.
Encontrar a la sombra nos obliga a ralentizar el paso de nuestra vida, escuchar las evidencias que nos proporciona el cuerpo y concedernos el tiempo necesario para poder estar solos y digerir los crípticos mensajes procedentes del mundo subterráneo. Exige adoptar otros puntos de vista, a responder a las demandas de la vida con nuestras cualidades menos desarrolladas, con nuestras facetas más instintivas y experimentar, en fin, en carne propia, la tensión de los opuestos -el bien y el mal, lo correcto y lo erróneo, la luz y la oscuridad. El trabajo con la sombra nos fuerza a iluminar los rincones más oscuros de nuestra mente, allí donde escondemos nuestros secretos más vergonzosos y amordazamos nuestros impulsos más violentos. Trabajar con la sombra supone, en fin, estar dispuestos a iniciar un diálogo interno que puede fomentar nuestra propia aceptación y despertar una compasión real por todos nuestros semejantes.
Hay ciertas situaciones -como la traición de un ser querido, la mentira de un amigo íntimo, el desencanto de alguien a quien admirábamos o la agresión de un extraño, por ejemplo, que nos ayudan a dar el primer paso, es decir, a reconocer que la oscuridad subyace en el fondo del corazón de cada ser humano. Lo cierto es que, en cualquiera de los casos, el descubrimiento de la sombra nos despoja de nuestra inocencia. Si pudiéramos utilizar esas situaciones como un espejo para ver en nuestro interior nos quedaríamos mudos de asombro al descubrir el abismo que existe entre quienes somos y quienes creemos ser. Si comprendemos este punto en profundidad dejaremos de actuar como Nasrudin, el protagonista de la siguiente historia:
Muy tarde por la noche Nasrudin se encuentra dando vueltas alrededor de una farola, mirando hacia abajo. Pasa por allí un vecino.
– ¿Qué estás haciendo Nasrudín, has perdido alguna cosa?- le pregunta.
– Sí, estoy buscando mi llave.El vecino se queda con él para ayudarle a buscar. Después de un rato, pasa una vecina.
-¿Qué estáis haciendo? – les pregunta.
– Estamos buscando la llave de Nasrudín.
Ella también quiere ayudarlos y se pone a buscar.Luego, otro vecino se une a ellos. Juntos buscan y buscan y buscan. Habiendo buscado durante un largo rato acaban por cansarse. Un vecino pregunta:
– Nasrudín, hemos buscado tu llave durante mucho tiempo, ¿estás seguro de haberla perdido en este lugar?
– No, dice Nasrudín
– ¿dónde la perdiste, pues?
– Allí, en mi casa.
– Entonces, ¿por qué la estamos buscando aquí?
– Pues porque aquí hay más luz y mi casa está muy oscura.
De este modo podremos aprender a re-apropiarnos de nuestras proyecciones y recuperar la energía y el poder que constituyen una parte fundamental de nuestro patrimonio. En realidad, el proceso de descubrimiento de la sombra es interminable y cada vez que afrontamos un nuevo miedo, cada vez que aceptamos algo que previamente habíamos rechazado, descubrimos la existencia de un estrato todavía más profundo. Pero en el recoveco más insospechado del camino podemos encontrarnos con que las cualidades que nos parecían más atractivas y luminosas revelan sus facetas más oscuras, y aquellas otras que nos resultaban más insoportables se convierten, por el contrario, en algo sumamente interesante. El campo de batalla de esta guerra entre opuestos es el mismo corazón del ser humano. Sólo podremos llegar a convertirnos en portadores de la luz cuando seamos capaces de abrazar compasivamente el lado oscuro de la realidad.
Pero ¿qué pasos hay que seguir para llegar a asimilar nuestra sombra? Para ello resulta muy interesante tratar de romper nuestros hábitos, agudizar nuestra sensibilidad olfativa, gustativa, táctil y auditiva en la vida cotidiana, visitar tribus primitivas, hacer música, modelar con barro, tocar el tambor, permanecer aislados durante un mes o considerarnos a nosotros mismos como criminales. ¡Sí, has leído bien!.
Las imágenes que se «ven» mediante las técnicas de visualización pueden servirnos para acceder a aquellos aspectos de nosotros mismos que permanecen alejados de nuestra conciencia. O, a través la pintura, la música y la literatura. El dibujo facilita la toma de conciencia de nuestros aspectos más enajenados al permitirnos verlos en el marco seguro y objetivo de un pedazo de papel. El simple hecho de dibujar es curativo porque careces de una imagen consciente de tu sombra para trabajar con ella.
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Haga un dibujo que integre la sombra con el resto de su persona.
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Dibújese a usted mismo desde el punto de vista de la sombra.
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Dialogue por escrito con su sombra tratando de descubrir cuáles son sus necesidades.
La sombra, por supuesto, nunca muere, la sombra siempre nos acompaña. Pero nuestra forma de relacionarnos con ella y viceversa depende de nuestro conocimiento. Cuando mantenemos una relación adecuada con la sombra restablecemos también el contacto con nuestras capacidades ocultas y nos permite:
- Aumentar el autoconocimiento y, en consecuencia, aceptamos de una manera más completa.
- Encauzar adecuadamente las emociones negativas que irrumpen inesperadamente en nuestra vida cotidiana.
- Liberamos de la culpa y la vergüenza asociadas a nuestros sentimientos y acciones negativas.
- Reconocer las proyecciones que tiñen de continuo nuestra opinión de los demás.
- Sanar nuestras relaciones mediante la observación sincera de nosotros mismos y la comunicación directa.
- Y utilizar la imaginación creativa -vía sueños, pintura, escritura y rituales- para hacernos cargo de nuestro yo alienado.
Este conocimiento implica, como ya he dicho anteriormente, la inevitable pérdida de una inocencia que jamás recuperaremos, y la comprensión de la complejidad de nuestra naturaleza. Este conocimiento es el que puede despertar la amabilidad y la tolerancia por los demás e incluso, en ocasiones, por nosotros mismos.
A fin de cuentas, lo que permanece contigo es aquello que sólo puedes conocer cuando estás solo, desnudo. La frontera para enfrentarte a tu sombra se halla -hoy como siempre – en tu interior.
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