EL ARTE DE BENDECIR

00106500275059____1__640x640La bendición, lejos de ser un simple ritual en momentos determinados de las ceremonias religiosas, como piensa la imaginación popular, representa una vigorosa energía de vida y de amor que tiene su base en unas leyes espirituales que cada uno de nosotros puede descubrir y aplicar para vivir mejor y con mayor plenitud.

Este libro querría mostrarte que la «espiritualidad» no es un concepto abstracto que debatir en torno a un aperitivo, sino una fuerza de transformación que sólo tiene sentido cuando se vive en la vida de cada día.

En efecto, o la vida espiritual se vive en la vida cotidiana, en el crisol de las experiencias frecuentemente tan vulgares -la oficina, la fábrica (¡todavía existen algunas!), el huerto, lavando el coche o fregando los platos, en los negocios o en la intimidad conyugal, en el autobús o en la calle, en el sufrimiento y en el gozo- o no tiene realmente ninguna razón de ser.

Bendecir a los demás se fue convirtiendo, poco a poco, en uno de los mayores gozos de mi vida. En la forma más eficaz para mantenerme espiritualmente centrado y para desembarazar mi espíritu de pensamientos negativos, críticos o condenatorios. Es también un instrumento muy eficaz para crecer en amor universal y no juzgar a nadie.

Por bendición entiendo querer todo el bien posible para una persona o una comunidad, su pleno desarrollo, su dicha profunda, y quererlo desde el fondo del corazón, con total sinceridad. Esta es la dimensión más importante de la bendición: la sinceridad aliada a la energía del corazón. Ahí está la fuerza que transforma y cura, que eleva y regenera. El arte de bendecir es una de las numerosas formas que toma el amor.

Es, además, una forma de amor que bendice tanto al que la practica como al que la recibe. Una de las dimensiones más maravillosas de este arte es que puedes practicarlo a lo largo de la jornada, sea cual fuere la actividad en que estés metido: comer, hacer ejercicio o deporte, ir por la calle, dirigir una reunión de trabajo, ocuparte de tus pacientes, enseñar a niños.

El arte de bendecir constituye una de las prácticas espirituales más antiguas y más universales del género humano, tanto en el tiempo como en el espacio: inauguración de una casa invitando a los amigos; colocación de una banderola en lo más alto de un edificio cuando se termina de construir el tejado; lluvia de arroz sobre los recién casados…

Ser bendecido es el resultado de vivir la vida de acuerdo con las leyes fundamentales del universo. Por eso, el arte de bendecir no lo constituyen simplemente una serie de hermosas palabras ni unos cuantos pensamientos positivos. Cuando se comprenden y aplican conscientemente las leyes que lo sustentan, este arte puede convertirse en un instrumento poderoso de cambio para el bien, en un medio de sanación.

La ley de las expectativas positivas.

Esperar el bien nos abre a recibirlo. A medida que aprendemos a abrir nuestra conciencia, el bien se manifiesta en nuestra vida cada vez más. Quizá te parezca que la explicación de esta ley es difícil de aceptar. Sería comprensible. Tómala, entonces, simplemente como una hipótesis de trabajo a comprobar en tu propia vida. Por eso es tan importante comenzar cada jornada bendiciéndola, con un profundo sentimiento de gratitud, ya que esas bendiciones agradecidas son la mejor forma de dejar que el bien llene nuestras vidas. ¡Y verás el resultado!

La ley del justo retorno.

La ley del justo retorno se ha formulado de muchas maneras en las grandes enseñanzas espirituales de la humanidad. Se denomina «ley del karma» en numerosas enseñanzas orientales, o también «ley de la causa y del efecto»: a nivel espiritual, se considera que toda causa tiene un efecto.

Habitamos un universo en el que todo es energía: el más modesto gesto necesita un gasto de energía, y el pensamiento mismo es energía. Conviene prestar atención a los pensamientos que enviamos al universo, ya que más pronto o más tarde volverán a nosotros, aumentados con una energía positiva o negativa. Es la razón por la que el amar incondicionalmente es la actividad más importante en todo el universo, la más adecuada para producir la felicidad más profunda. Bendecir sin esperar recompensa, de forma anónima, es una de las numerosas expresiones de ese amor incondicional.

Una de las tomas de conciencia más potentes que se pueden alcanzar a nivel espiritual es que todo es uno. Como todo es uno, las cualidades y el bien que reivindicamos (u omitimos reivindicar) para los demás, los reivindicamos (u omitimos reivindicar) para nosotros mismo. Pero, no bendecimos por eso ni para eso. Lo hacemos, simplemente, porque hay una inmensa alegría en el bendecir, porque no hay estado de espíritu más dichoso que el que reposa en una actitud de bendición y gratitud perpetuas.

Otra razón por la que tiene tanta importancia la actitud de bendición es porque nuestro subconsciente percibe con mucha frecuencia los pensamientos que tenemos unos sobre otros. Las personas sienten nuestros pensamientos más íntimos y reaccionan ante ellos, muchas veces sin saberlo.

La regla de oro.

Cuando manifestamos agresividad o falta de respeto, hostilidad o miedo frente a alguna persona, ¿no preferiríamos que ella reaccionase con amor, con perdón, con confianza, en vez de pagarnos con la misma moneda? El alcance de esta regla va todavía infinitamente más lejos cuando se aplica no sólo a nuestro comportamiento, sino también a nuestro pensamiento.

A partir del instante en que nos ceñimos del amor que esas bendiciones expresan, ya no estamos a merced de las personas, de las circunstancias, de las fuerzas o de los acontecimientos exteriores, porque el amor se convierte en nosotros en una fuerza indomable. Pero, ¿cómo mantenerte espiritualmente «centrado» en medio de una calle llena de ruido o en un restaurante atestado de humo? ¿Cómo guardar la calma cuando alguien te insulta sin razón alguna? ¿Cómo mantener clara esta conciencia espiritual en estas situaciones?

En cada momento determinado, cada ser humano está en su nivel más alto de conciencia. Porque si tuvieran una visión más evolucionada, abandonarían rápidamente su comportamiento. Nada nos ayuda tanto a abstenernos de juzgar a los demás como esta constatación de que cada uno está en cada instante en su nivel más alto de conciencia

Hay un lugar en el que el mal es siempre resultado de la ignorancia: ignorancia de las leyes espirituales que gobiernan el universo; ignorancia de que el camino del amor incondicional, de la obediencia a la Regla de oro, es el camino supremo hacia la felicidad y la libertad para todos; ignorancia del hecho de que, más pronto o más tarde, el mal que cometemos conscientemente vuelve a nosotros, ¡y a menudo con sobrecargas multiplicadas!

La ley del amor incondicional.

Si comprendiésemos que el fondo de nuestro ser más auténtico es totalmente amor, entonces sabríamos amar y bendecir de la misma forma que las flores dan su belleza: sin esfuerzo, como la cosa más natural del mundo: «El amor que me ha creado, eso es lo que soy». ¿Puede haber una constatación más poderosa y liberadora en el mundo?

¿Por qué retrasar nuestra propia felicidad? ¿Por qué retrasar nuestra propia entrada en el reino del gozo? Cuanto más bendecimos incondicionalmente, tanto menos juzgamos a los demás. Es una experiencia interior asombrosa. Dejamos simplemente que los otros sean. De todas formas, ¿quiénes somos nosotros para juzgar? El juicio alimenta el miedo en todos los terrenos, mata la espontaneidad y la creatividad, aplasta entre sus tenazas la alegría, fomenta la maledicencia y el qué dirán, levanta barreras y muros, emponzoña los espíritus y los corazones, siembra la duda.

El amor, sobre todo en su forma incondicional, del que el arte de bendecir no es más de una de sus infinitas expresiones, constituye la ley y la fuerza más fundamental de la vida. El amor es la única cosa del universo que es a la vez su propia causa, su propio medio y su propio fin. El amor no necesita justificación alguna: simplemente, es. Cada uno de nosotros, por la calidad de sus pensamientos, puede empezar a convertirse en un agente de transformación de nuestro mundo.

La ley de la armonía universal. 

Refleja el Principio-amor que gobierna el universo. Esta ley actúa para guiar y ajustar todas las cosas para nuestro bien. Cada desafío, cada dificultad, cada prueba, contiene en sí misma un don secreto, una bendición oculta que puede contribuir a nuestro crecimiento hacia una mayor plenitud, incluso lo que pueda parecer totalmente destructivo. Sugerir que nosotros mismos suscitamos ciertos acontecimientos de la vida para aprender lecciones precisas puede parecer a primera vista muy provocativo. Pero ¿no has observado nunca en tu entorno a personas con problemas frecuentemente repetidos? Esta idea puede considerarse como maravillosamente liberadora, si aceptamos la idea de que hay una ley de armonía fundamental que dirige el universo.

Estamos aquí para aprender las leyes espirituales del universo, y en la medida en que vivimos nuestra vida en función de esas leyes, esta vida se manifiesta con mayor plenitud, con mayor armonía, gozo, paz y satisfacción.

 

Querida amiga, querido amigo, ¿no te has parado nunca a reflexionar en la clase de persona única y maravillosa que eres y hasta qué punto el universo y la Providencia se complacen en ti? Entonces, ¡no te olvides de bendecirte a ti mismo! Recuerda que, sea cual sea la imagen que puedas tener de ti mismo, existe en el fondo de tu ser un espacio de belleza infinita, de reposo y de perdón absoluto e incondicional, un espacio de bondad sin límites y de calma indestructible, de alegría que danza y de vida que juega, de visión sin fronteras y de abundancia infinita. Y ese espacio constituye tu identidad profunda, tu Ser verdadero.

Bendecir es una actitud profunda de reverencia, más que pronunciar palabras; es una aspiración íntegra y auténtica del corazón, más que una fórmula que se repite mecánicamente. Convertir el asunto en un acto mecánico o en un puro ejercicio de voluntad es abocarlo de antemano al fracaso.

El arte de bendecir hace que quienes lo practican echen profundas raíces en la dimensión de una trascendencia omnipresente que, poco a poco, va transformando toda su vida. Aunque, no es ni una panacea ni una varita mágica. Quizá tengas que dedicar años enteros a esta práctica gozosa antes de poder sondear toda su profundidad.

Cada bendición que «envías» al universo es como una estrella que se enciende en alguna parte. Cada bendición es un gesto de vida cuyas vibraciones llegan hasta el último rincón del universo.
¡Seamos portadores de vida!

Texto del libro: “El arte de bendecir”

Autor: Pierre Pradervand 

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