CUANDO LAS HADAS NACEN

Hoy es el día de las bibliotecas. En honor a la verdad te diré que estoy buscando la manera de convencerte de la importancia de hablarte acerca de «Cuando las hadas nacen». Quizás te cuente entonces que es uno de los cuentos más maravillosos que se hallan en mi biblioteca. Que su autora, Marta ARTEaga, cumplió años hace un par de semanas y, no se me ocurre mejor homenaje. O, tal vez, que aun sigo sintiéndome torpe e incapaz, y ésta es mi manera de explicarte lo afortunada que me siento. Lo cierto es que me muero de ganas de contarte lo que me pasa cuando escucho este cuento, mi cuento del alma.

Y aunque tú ya lo sabes, en este lunes de bibliotecas, me apetece jugar al juego de ser, como otras tantas veces, cómplices a través de las palabras. Con tu permiso…

14355078_348666258807542_5272985324480873165_nEs mucho. Lo leí primero en su día. Más tarde lo escuché. Y hasta hoy no he vuelto a escucharlo: una y otra vez, una y otra vez… ¡Es mucho!

Mucho. Me gustaría paladear cada frase, muy lentamente. Degustarla hasta desgastarla, reducirla al máximo. Y es que va muy rápido. No me da tiempo. ¡Es mucho!

Es tanto que acabo dejándome llevar por la musicalidad, flotando entre cada palabra pronunciada. Dando tumbos en la frecuencia del leve vibrato al tropezar en su sonrisa. Y caemos los tres, renqueando en las vocales, en un eterno cosquilleo. Y eterno también es mucho.

Tanto… Pero de repente se acelera y yo me voy detrás, sin poner trabas, sintiendo su aliento en mi cara. Y quiero correr más y más. Y abrazarlo todo de una vez. No puede ser, es mucho. Demasiado, y demasiada velocidad. Pero, yo feliz, a la próxima lo pillo seguro. La próxima vez no me despisto. Pero no es verdad. La próxima es como todas las demás. Como si un lazo invisible me atrapara y arrastrara. Y ese vuelo ligero me contagia de prisa y no sé lo que daría por saber qué viene detrás. ¡Es mucho!

¡Mucho! Hasta que me cuelo en el suspiro, como un remolino del que no supiera escapar. Y otra vez siento que caigo por el hueco de su garganta, empapada en saliva, para salir despedida, instantes más tarde, de nuevo hacia arriba. Ahora en este cielo despejado intento reengancharme al sentido de las palabras, pero no hay manera. Sólo atino a quedar colgada de alguna palabra que ella señala con el negrita de su voz. Y cuando quiero desenredarla y darle significado, pienso que otra vez me he distraído. ¡Es mucho!

Infinito me parece. ¡Pero esta vez sí! Voy en serio. Quiero desmembrar cada frase, de parte a parte. Quiero sostener cada minúsculo significado entre las manos y distinguir lo que es mío de lo que no. Sopesarlo. No, mejor no hacer nada. Sentarme y dejar que se derrame, que manche mis manos, que trace caminos en mi piel. Un laberinto de voz cuando las hadas nacen. ¡Es mucho!

Mucho. No digas que no.

Mucho. Ya lo dejo por improbable. Improbable que llegue alguna vez al final con plena conciencia. Porque yo vaya no porque me llevan. Porque vaya yo «leyendo» no porque me lean. ¡Me rindo! Y que yo me rinda ya es mucho. Pero no me resisto, un poco (pero poco de veras) a  seguir intentando saber qué es lo que me pasa cuando pronuncia mi nombre. Que quizás esa sea la única verdad que reconozco, y es mentira.

Es lo que tiene este cuento del alma, que es mucho. Que se juntan mi ego, su magia, tu amor y el botón de «repetirlo todo»… y para qué queremos más.

Más. Otra vez más. Me elevo. Se calla. Y ahí me deja suspendida. Un vacío sin tiempo preparándose para volver a empezar.

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